Uno de los motivos por el que nos queríamos cambiar de piso mi hijo y yo era el del sabor a barrio.
Crié a mi hijo en el casco antiguo de Barcelona, con gente que se conocía y saludaba por la calle, niños jugando en las plazas, todo a distancias caminables... Ahora llevábamos unos años viviendo en una zona de Barcelona mucho más fría e impersonal, y por mucho que hayamos intentado adaptarnos, nos costaba salir a la calle (una avenida enooorme con unos 8 carriles de coches) y no ver ningún conocido en una hora que pasáramos paseando por la zona. Curiosamente, sólo nos saludamos con la gente de un par de bares, una panadería y la tienda de comida para animales. Para el resto de la gente, no existimos.
Ahora llevamos unas dos semanas en el piso nuevo, y si bien partimos con la ventaja de que, por pura casualidad, la vecina de debajo de mi piso fuera una antigua ex-compañera de trabajo por unas semanas, y algunos conocidos desde hace tiempo también vivan por el barrio, ya hemos empezado a notar la diferencia de trato.
Quien diga que en las ciudades la gente no se habla en la calle, es porque rehuye las zonas de trato cercano. Es porque no pisa los barrios viejos, de calles estrechas y escaleras infames. Es porque no conoce la costumbre de mirar a la gente a los ojos, y sonreírles con la mirada. Pero yo lo he vivido en mi piso anterior, en el barrio de la Ribera (por encima del Borne), donde la gente me dice aún hoy en día si ha visto a mi hijo por tal calle o la otra, y lo estoy notando ya con apenas unas semanas en el barrio.
Quizá sean las calles pequeñas, quizá la ausencia de tráfico, quizá el tipo de gente que elige vivir en estas zonas, pero hay un sabor especial.
Ayer el cerrajero del barrio, que me recomendó el señor de una ferretería donde entré a hacer una copia de una llave, me instaló una cerradura nueva a cuenta, diciendo que me pasara a pagarle dejando un sobre en la ferretería cuando cobrara. Así, de pronto, me hace un trabajo sin conocerme y deja fiado unos 185 euros a alguien, confiando en su buena fe.
Ni conozco al de la ferretería, pues sólo intercambiamos unas frases, ni tampoco al cerrajero, a quien vi unos minutos el lunes mientras comprobaba la puerta y vino ayer mientras Hugo hacía de hombre de la casa, pero por ser del barrio y haber acordado un trato, no hay sombra de desconfianza.
Espero que éste sea el comienzo de una vida mucho más relajada y feliz, de momento simplemente el hecho de pisar estas calles al bajar a comprar, el tropezarnos de vez en cuando con algún conocido que ha acabado viviendo en la zona, ya nos está haciendo ver las cosas de una manera más positiva.
Hemos tomado la decisión correcta. Visca la Barceloneta!
Hugo pide que añada una aclaración:
Canis y niñatos, los hay. Unos cuantos. Y ayer unos ya empezaron a llamar a hugo, a ver si se giraba y montaban bronca. Pero están en unas plazas concretas y a él ya le he avisado de por dónde suelen andar.