17.7.10

Trabajos chungos: Telemarketing

A raíz del último post en Quejarse de vicio, me vuelvo a acordar del mes y medio o poco más que trabajé en telemárketing. Como hago de vez en cuando, reconvertí el tochocomentario en un post y recorté un poco el texto allá, para no avasallar.

En concreto, recojo a esta frase del post:
Me siento culpable, vaya mierda de trabajo, pero qué pasa, cuando encuentran a uno majo como el cincuentón Sr. Poli, abusan?
Telemárketing.

Es una mierda de trabajo.

El mes y medio o así que estuve haciendo telemárketing en el 2000 fue horroroso. No pagaban demasiado mal para ser un trabajo de media jornada y cerca de casa, sólo trabajaba una tarde a la semana y las mañanas de lunes a viernes, pero estaba más apática y borde cada tarde, al salir del curro, que jamás en la vida. Gestionaba altas a un portal web de turismo y hostelería bastante cutre y me daba vergüenza, nos trataban como ganado y me daba aún más vergüenza, y rabia. Mucha rabia.

Había cogido el trabajo para pasar más tiempo con mi hijo y dejar las pocas clases que quedaban en la academia en la que había estado trabajando, que estaba de capa caída y reduciendo horarios mientras apelotonaba alumnos en clases para que fueran más rentables. Sobre el papel parecía una buena idea: bastante cerca de casa como para ir caminando, horario compatible con dejar el niño en el cole pagando el suplemento de vigilancia por entrar antes del horario escolar, y me ahorraba los canguros de por la tarde. Además, podía mantener las clases en la escuela de adultos y dejar las pocas que me quedaban en el otro lado. Entonces, ¿qué fallaba? ¿Por qué no me apetecía ni jugar ni reír con Hugo, que tendría unos 5 años por entonces, si estaba trabajando menos horas que antes y con un menor esfuerzo intelectual?

Pues fallaba todo. Las cinco horas al día, ocho los jueves, me las pasaba intentando no reirme demasiado ante normas ridículas, no ponerme nerviosa cuando saltaba ese eco raro que quería decir que te estaban monitorizando la llamada desde el centro de control, convencer a gente para que haga cosas que yo no haría, desconectar mi mente para trabajar en modo robot, no preguntar demasiado al supervisor y procurar no dar demasiadas especificaciones técnicas al posible cliente, porque estaba mal visto. Incluso estuvo mal visto que me reescribiera el guión que nos obligaban seguir, para quitar las faltas de ortografía y una frase que no tenía mucho sentido y la gente se la solía saltar o cambiar. Cuando vieron que mi papelito era distinto, se enfadaron a pesar de que apenas había hecho más que esas correcciones.

Y luego estaba el tema rebaño y la obsesión por el control.  Empezábamos por formar una fila enorme, que llegaba a la calle, para subir en ascensor en grupos de 10 al ático de un edificio de viviendas, donde estaba el local enorme lleno de cubículos y señoras rubias de clase media-alta con pendientes de perlas y cadenita de oro. Ésas eran las de toda la vida, las que llevaban años trabajando allí, y además de compartir tono de tinte y estilazo pijo-arreglado, tendían a tener el mismo tonito agudo al hablar. Incuso las nuevas incorporaciones que prometían más, las que parecía que valían para eso, también tiraban a rubio y con voz de pito. True story. Luego venía la arenga semi sectaria, al estilo americano, que era de obligada asistencia cada mañana. Y a sentarte en tu cubículo sin pensar ni moverte hasta la hora de salir, cuando sabrás si sigues teniendo trabajo o si ya no hace falta que vuelvas.


Y es que la rotación en estos trabajos es muy grande: cada día despedían a gente, por eso siempre hay ofertas de trabajo. Cada lunes entraba carne fresca, y cada viernes no quedaba ni la mitad de ese grupito. Si no logras un mínimo de productividad fijado (encuestas acabadas, suscripciones, altas...) estarás en la lista que leen en voz alta al final del turno. Empiezas a congeniar con alguien y al día siguiente sale su nombre en la lista de "nominados". Trabajabas bajo la presión de que no sólo no recibirás el porcentaje sobre ventas si no logras enganchar a cinco personas más antes del viernes para llegar al cupo, sino que temes que el jefecillo llame tu nombre entre la retahíla de personas que "no hace falta que vuelvan mañana". Y así, poco a poco, se iban perfilando las "ganadoras", las personas que parecían lograr que, como mínimo no les colgaran el teléfono, y encima había gente que lograba dos o más suscripciones por día sin problemas! Yo logré cinco en mes y medio. Pero no me echaron.

Porque lo estaba pasando mal, me jodía el ambiente de trabajo y notaba que me estaba afectando y empecé a rebelarme.
Me traía galletas y una botellita de zumo o cacaolat para desayunar discretamente durante la arenga de cada mañana, 15 minutos de comida de coco para convencernos de que nuestra empresa era lo más y que nuestros productos eran más útiles para la humanidad que la cura del cáncer.
Salía a la terraza tras una entrevista buena (completa aunque no haya logrado vender, permitido en las primeras dos semanas) junto a las fumadoras, pero yo no fumaba. Al ver que no fumaba, me preguntaban por qué perdía el tiempo yendo a la terraza. Mi respuesta: para desintoxicarme un poco.
Me levantaba de mi cubículo para comprar un café en la máquina, perdía dos minutos de tiempo haciéndolo, pero no estaba permitido hacerlo a menos que acabaras de cerrar una venta. Me hacía la loca.
Pedía en cada reunión de equipo, una vez a la semana, que me enseñaran el portal que estaba vendiendo. Conocía otro que también vendían y no estaba demasiado mal, pero ése no, y no tenía conexión a internet ni facilidades para conectarme. Quería saber qué estaba vendiendo pero no me lo enseñaban, el portal estaba todavía en construcción y era "muy parecido a éste", pero no lograba que me pasaran al equipo que vendía ése, que sí era útil.
Nadie más había pedido ver el portal web que estaba vendiendo. Nadie. Más.
Explicaba a los clientes detalles técnicos y otra información que había logrado reunir, que quedaba fuera del guión y no era bienvenido. Se me dijo que en caso de dudas técnicas, les pasara con el supervisor. Le pasaba a gente con dudas enrevesadas que había estado metiéndoles yo en la cabeza, por joder al supervisor.
Pero, sobre todo, si me estaba meando me levantaba y me iba al lavabo. Así de sencillo. Y estaba prohibido. Sólo tenías permiso para ir al wc después de una venta, y  cuando se lograba una venta se encendía un piloto en tu posición, dentro de un cuadro de control que veía el jefecillo y, desde su maravillosa mesa al lado de la puerta de los lavabos, te interrogaba al verte levantar sin haber vendido.

Yo no quería dimitir, no me lo podía permitir, pero no lograba vender casi nada porque sólo me atrevía a insistir en casos que notaba que les iría bien nuestro servicio. Esperaba que me echaran, cada día imaginaba mi nombre en la lista, pero no me echaban porque "tú tienes mucho estilo, sabes hablar con convencimiento y se te nota cultura. Sólo te falta el cierre" (=sólo me falta liarles para que me den su nº de tarjeta por teléfono y cargarles el importe antes de que les de tiempo a pensárselo). Llegó un momento en que incluso me perdonaban las licencias de saltarme el guión y explicar la oferta con mis propias palabras.
Me apoyaba mucho en una promoción que iba bien si no tenías modem en esa época o estabas muy pez... Y me pusieron novatas al lado para escuchar cómo lograba que el interlocutor no me colgara... aunque luego le daba la razón cuando decía que se lo iba a comentar a su socio o a su marido.

Por suerte me salió otro trabajo y pude marcharme, fingiendo que era mucho mejor de lo que era, y me dijeron que volviera en cuanto quisiera.
Que sólo me faltaba dominar el cierre.



ACTUALIZACIÓN:  
En Microsiervos han publicado varias veces comentarios desde el punto de vista del receptor de las llamadas, pero hoy hay un interesante post entrevistando a una trabajadora del sector en El marketing telefónico basura, visto desde las trincheras. No os perdáis la foto de los cubículos. Donde trabajé yo estábamos igual de apiñados, pero con cubículos más feos y viejos, como cajas de un beige mugriento.

4 comentarios:

Poliwhirl dijo...

Yo bastantes cargos de conciencia tenía para vender pendientes horrorosos a los turistas en Lloret de Mierda hace tantos años.

Tampoco tenía "what it takes" en Herbalife. Si hubiesen sido otras hierbas quizás habría quedado más convincente.

Debe ser difícil ser vendedor y tener integridad, si no imposible.

malaputa dijo...

Poliwhirl, un sufrimiento diario.
También pasé por eso, Okok!, telemarketing y pienso que es una experiencia por la que deberían pasar algunas personas para saber que en el mercado laboral hace frío, mucho frío.

Okok dijo...

Poli, hay ventas y ventas. Para mí no era ningún problema vender ropa en tiendas de moda. Y no mentía, hasta podía ser un poco directa a veces, y si no, o les buscaba otra cosa o buscaba algo agradable que decir si veía que al cliente le gustaba: cada uno tiene su estilo. Y la tela de ese aplique la trajeron de África hace dos semanas, y el chaval que hace estas faldas es un brasileño majísimo, a veces viene por aquí.

Era mi época siniestra/postpunk donde mis jefes ya buscaban que hiciera un poco de vendedora rara. Por ejemplo, les decía a chicas cuyos novios les ponían pegas a los pantalones que tan bien les quedaban que los tejanos les durarían más que el novio y se reían y compraban. La verdad es que se me daba muy bien, me divertía y vendía bastante.
De hecho cuando lo dejé en la tienda de JL, vino mucha gente preguntando por mí :D

Okok dijo...

Malaputa Es lo que pienso cuando la gente se queja de según qué cosas. Todos queremos cobrar más, todos tenemos a alguien que nos amargue más o menos, pero hay sitios donde puedes ser tú mismo y otros donde te invade un frío interior que te hiela el alma.