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Las odio.
Anoche, tras la Beach Volley Party en el curro, llegamos felices y cansados a casa y yo me acosté sobre la una de la mañana, pero Rastakid se quedó viendo la tele.
A las dos me despertó acojonado porque había entrado, volando por el balcón entreabierto, una cucaracha voladora de unos diez centímetros, y estaba paseándose por la pared.
(Las odio. Las odio. Las odio)
En cuanto cogí el spray matacucarachas y empecé la guerra química, se fue encaminando hacia mi cama y cayó muy cerca, pero justo en un espacio donde tenía maderas, zapatos y una bolsa -un espacio que uso de almacenamiento, porque es estrecho para ser de paso y todavía tenemos maderas y cosas por colocar.
Y allí empezó el show. Serenarnos, tras el subidón de adrenalina, mover mi cama en la medida de lo posible sin armar mucho ruido y ponernos a sacar uno por uno los zapatos para ver si había caído o se había escondido dentro, luego las maderas por donde había caído, luego la bolsa (eso sí nos puso de los nervios porque parecía que había caído por ahí y había que vaciarla) y luego comprobamos que ya no estaba en la zona donde había caído.
Abrimos mi cama (es de las que se levantan y tienen debajo una zona de almacenamiento, con mi ropa) por si había logrado entrar por una rendija, y aunque ya habíamos empezado a gasear mi ropa, como antes había hecho Rastakid cada vez que le entraba los nervios con algún zapato, se le ocurrió a él mover la cama hacia el otro lado en lo posible y allí apareció. Muerta, o moribunda, patas arriba y aún moviendo las antenas.
Y tras deshacernos del bicho, tocó volver a montar todo en mi cama (había quitado la almohada, cojines y cabezal, que es un cojín grande, y las sábanas, y todo lo que pudiera ocultarla) y procurar dormir.
Eran ya las tres pasadas. Habíamos perdido más de una hora. Somos patéticos, pero lo estábamos pasando fatal. Y yo, muerta de sueño pero con la adrenalina manteniéndome insomne.
Las odio.
Las odio.
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