25.3.06

Hay algo roto

Desde la época en la que viví inmersa en la violencia hay una parte de mí que todavía está llena de cascotes. Quizá tapados con un poster acojonante, pero siguen allí.

Afloran en cuanto noto tensión alrededor, en cuanto presencio una pelea o una discusión especialmente agresiva. Algo pasa en mi mente que me paraliza, mientras me noto una especie de taquicardia y vuelven las imágenes, el horror. Me vuelven la ansiedad, los sueños, los olores, los sonidos de una época que supuso una constante lucha entre los sentimientos y la razón.

Hace algo más de una hora me tuve que marchar del ciber-locutorio en el que estaba, tras pasar media hora de tensión y náuseas escuchando cómo iba creciendo la bronca entre dos trabajadores del ciber y un tercer hombre, a pocos metros de mí pero ocultos por una pared divisoria. No sabía a qué venía ni lo lograba entender del todo. Hacía ya un rato que habían dejado la etapa de pre-bronca donde la discusión todavía es racional. La cosa empezó como una discusión de tantas que se oyen en los locutorios y hasta que no empezó a ser alarmante no presté mucha atención. Estaba sola en el locutorio, cosa rara para un sábado pero, claro, a la que llegué se escondieron a discutir y ya no abrieron la puerta a nadie más.

El momento en que me golpeó la náusea fue cuando salió de la puerta abierta que dividía los espacios un señor que no me sonaba pero, por su voz, era el que había sido el más provocador y asqueroso, llevando en la mano un bolsito rosa. Detrás, acobardados, un niño de unos 8 años y una niña de unos 7, arregladitos para salir a pasear con su padre un sábado por la mañana. Parecía  que se marchaban ya... pero no. La testosterona les volvió a dar un subidón a los machos adultos de la zona y el desconocido volvió a entrar hecho una furia al cuartito en el que discutían cuando le advirtieron que no volviera a venir a discutir estas cosas en horas de trabajo. Esta vez cerraron la puerta de un portazo y se oía todo de forma amortiguada, pero la bronca seguía muy fuerte.

Me quedé sola con los dos niños, que miraban la puerta con cara de resignación y algo asustados. Estuve a punto de llamar a los del locutorio y decirles que sigan cuando no estén los niños, pero no lograba hacerlo. Había entrado en el momento de parálisis, donde se me mezclaba lo que oía a mis espaldas con las broncas que confesaba el padre de mi hijo haber tenido delante de él, cuando tenía 2 3 o 4 años. Aún más tarde mi hijo vio a su padre pegarse con gente, incluso yo he estado presente en alguna ocasión y me lo he llevado.

Cerré el ordenador, ya que los últimos 5 minutos no había logrado hacer nada. Me levanté y me acerqué a los niños. Les dije "vaya rollo ¿no?" señalando hacia la puerta cerrada, y la niña torció el gesto y miró al suelo mientras el niño musitó un "ya". No sabía si marcharme o no, si decirles a los Machos que me llevaba a los niños a tomar un zumo en el bar de al lado cinco minutos... pero los niños se encerraron en sí mismos, así que vi la señal. Déjanos, podemos esperar.

Siguen dándome vueltas las imágenes y los gritos que tuve que escuchar en mi casa, los insultos, las amenazas. Vuelvo a recordar una y otra vez detalles que sólo me asaltan en ocasiones como ésta. Quiero y no quiero volver temiendo que los niños estén todavía allí. Más que angustia, llega a temor. Aprendí que no era tan fuerte como creía, aprendí a ser una víctima, y ese aprendizaje te deja marcado el resto de tu vida... aunque sea como marca de agua.

Definitivamente, hay algo roto en mi interior que de vez en cuando atasca el funcionamiento del resto del mecanismo.

Nota: La imagen era otra, una foto propia, pero borré esa cuenta.
Ésta es parecida. Edificio abandonado en Bangkok, foto en Trip

3 comentarios:

Zuviëh S.F. dijo...

Pues ya sabes qué tienes que hacer, arreglarlo. Y aunque sea difícil, lo has de hacer y no pienso discutir sobre el tema.

Anónimo dijo...

Uy... pues yo volvería. Día tras día. Y el día que viera que reciben, directa o indirectamente, una ofensa grave o incluso un golpe, entonces se acabó. No soporto que TOQUEN a los niños. Una vez tuve una acalorada discusión con una señora que iba a recoger a su hijo a la escuela (yo esperaba a mi hermana) y, como salió tarde (igual se quedó jugando un rato) le empezó a dar unos bofetones y azotes... madre mía... Me fui para ella y le agarré la mano y le dije que si volvía a tocarle le partía la cara.

Por supuesto, protestó y dijo que era su hijo, por lo que le dejé bien claro que si volvía a verla pegándole llamaría a la policía. Se hizo un corrillo de gente y ella se achantó y tranquilizó. Era vecina mía (dos portales más allá). Por supuesto, estuve vigilante una temporadita, aunque acabé aburriéndome, espero que por no haber pasado nada, realmente.

No, no... a los niños NI TOCARLOS. O la armo.

:)

Tenblog dijo...

te entiendo.....yo tb viví un tiempo (gran parte de mi vida entre unas cosas y otras) rodeada de violencia. Y....me sucede lo mismo. Me repugna, se me revuelve el estómago, me bloqueo....no lo paso bien, nada bien. De hecho lo paso francamente mal y cuando hay peleas salgo corriendo en dirección contraria pq si no me acaba pasando siempre lo mismo. Yo intentando conciliar y llorando, y hecha un manojo de nervios y atacaíta sin poder evitarlo ni remediarlo.
Y......no sé si se cura, pero (por mi experiencia) yo creo que no. Lo qu sí se hace es aprender a vivir con ello. Pero ..... me sacas nueve añitos, no seré yo quien te diga nada.....je